jueves, 23 de diciembre de 2010

MI VUELTA A LA VIDA

José Tomás Guadalupe Perdomo





Nunca llegué a pensar que la muerte estuviera tan cerca, en cada rincón, en cada esquina que cruzas, haciendo la vida tan efímera.

Yo estaba un poco decaído aquel sábado veinte de agosto de 2008, sabiendo que ya se nos habían acabado nuestras vacaciones en Madrid, a mi y a mi familia. Ya nos disponíamos a coger un taxi para que nos apresurara hasta la puerta del aeropuerto de Barajas, ya que teníamos bastante prisa, el avión tenía previsto su despegue a las 13:00 hora local y no nos había dado tiempo ni de comer un bocadillo.
Solo faltaban cinco minutos para facturar nuestras maletas, pero llegamos justo a tiempo y pasamos raudos por el pasillo, como cualquier leopardo en la sabana en busca de su presa.

Como no habíamos comido, mis hermanos y yo nos tuvimos que gastar cuatro euros cada uno en un bocadillo de tortilla, ya que este bocadillo era el que estaba más acorde con su precio. Era ya la una en punto, y justo ya esperando en la puerta de embarque para ir camino hacia el avión, una voz agripada avisó a los pasajeros de que el vuelo JK 5022 de Spanair con destino a Gran Canaria se había retrasado.

Mis hermanas se rieron para no enfadarse o para no llorar, no sé, pero mis padres si mostraron su sensación de impotencia, ya que nos habíamos apresurado mucho desde el hotel donde nos hospedábamos hasta el aeropuerto para que en ese momento nos hicieran perder más el tiempo. Mi padre montó en cólera, estaba rojo como un tomate, sudando, y la vena que se le asomaba por el cuello parecía un calabacín entero recién comido. Mi madre no estaba enfadada... ¡estaba furiosa! Mi madre tiene mucho carácter, tanto que podría hacer retroceder al mismísimo Rey León, pero se contuvo.

-Mamá, me voy a dar una vuelta por las tiendas, yo vengo cuando sea la hora de embarcar- le dije a mi madre aburrido como una ostra.

-Vale, pero no tardes, que el retraso es solo de media hora- esgrimió.

-Vale- respondí yo con brevedad.

Me paseé por ocho tiendas observando peluches de Bob Esponja, de Hello Kitty, de Pokémon, y pasaron los minutos...

-¡¡Mierda, que ya son las dos!! - grité tan estresado como nunca. ¡Que vamos a perder el avión por mi culpa!.

No recuerdo ningún momento en el que había corrido tanto, ni cuando gané aquel triatlón en Yaiza. Había llegado empapado en sudor, habría bajado tres kilos mas o menos, y allí me esperaba mi madre...

- ¡¡¡Te dije que te dieras prisa, ya se ha cerrado la puerta de embarque y ya no nos dejan pasar!!!- dijo mi madre tan enfadada como lo estaba mi padre.

Me sentía muy culpable, habíamos perdido el vuelo por mi ignorancia y mi pasotismo, y además, el horno no había estado para bollos. De repente, mientras creía escuchar nuestro avión despegar, se había escuchado un estruendo en todas las terminales que formaban el aeropuerto, como si hubiera estallado un volcán, el Teide, por poner un ejemplo.

La frase que más desprendía la gente desde su boca, o incluso la única, era ``¿qué ha pasado?´´, incluso mi familia, pero era curioso, mi hermana Marta no estaba. Todas las personas que estaban en el aeropuerto daban sensación de angustia e incertidumbre, de creer saber lo que había pasado, pero en realidad, de no saber exactamente nada. Todos se acercaban y escudriñaban en la ventana más próxima que tenían hacia la pistas en donde estaban los aviones, yo el primero. En un instante me percaté del hedor a gasolina y a neumáticos quemados, un olor a putrefacción. En pocos segundos después, toda la gente lo empezó a notar.

A lo lejos me pareció ver una inmensa columna de humo, de un kilómetro, así a ojo. El estruendo había seguido al despegue de mi avión, y eso me hacía pensar que había sufrido un accidente aéreo. El vuelo JK 5022 de Spanair ya no salía en aquellas pantallitas en las que se puede consultar la puerta de embarque y la hora de salida del vuelo, lo que me hacía pensar aún mucho más que el avión se había estrellado.

Al cabo de unos minutos, divisé a mi hermana Marta corriendo desde la ventana que estaba al lado de la puerta de embarque, se abalanzó sobre mí y mi otra hermana, Anabel, y nos dijo que nuestro avión había tenido un accidente y que lo había grabado con el teléfono móvil. Sentí como si mi cuerpo se resecara por dentro y no dejara de funcionar, como si estuviera en estado de shock. Aquel vídeo era escalofriante, se podía ver como el artefacto se elevaba a unos 50 pies del suelo y en poco segundos se precipitaba hacia el asfalto, arrasando la vegetación por la que pasaba y acabando en un arroyo, como una ballena varada en una playa.

-¡Marta, ese avión era en el que teníamos que viajar!-dije todavía en estado de shock.

Mi hermana no se movía, estaba con la boca abierta y dejó caer el móvil. Yo me asusté, pero luego pensé que era normal, habíamos estado a puntar de morir.

Finalmente la noticia fue comunica en todo el aeropuerto a través de aquella voz agripada.La gente no daba crédito a lo que había sucedido.

Mi familia y yo habíamos vuelto a nacer, si yo no me hubiera demorado en aquellas tiendas, en mirar aquellos peluches, mi familia y yo habríamos muerto, no creo que el destino y la suerte nos elegiría para no vivir ese final. Nunca creí que un descuido por mi parte pudiera hacer tan feliz a mi familia, por un momento pensé que me iban a dar las gracias por entretenerme viendo peluches. Sin embargo, tendríamos que dormir en el aeropuerto y gastarnos mucho más dinero para coger otro avión y llegar a nuestra casa sanos y salvos, pero sinceramente, después de lo ocurrido, preferí quedarme a vivir en Madrid y no coger un avión más en mi vida. No caería esa breva.

Había pasado ya bastantes horas del accidente y el aeropuerto se llenaba de gente sin maletas en la puerta de embarque, efectivamente, eran los familiares de los posibles muertos.Habían personas de tez muy teñida,¡canarios seguro!, pensé, ya que el avión tenía como destino Gran Canaria, seguramente con gente nativa de allí.

Ya era por la noche, el cansancio nos envolvía, no podíamos con nuestras almas, nos dignamos a dormir,el día siguiente sería otro día. Lógico.

Al despertarme, observé una claridad de un amanecer, como si hubiera salido a la luz el veintiuno de agosto, y al mirar hacia los demás sillones, me percaté de que los familiares de los pasajeros habían dormido con nosotros. Me levanté a mirar la hora de salida de nuestro vuelo con mi madre, y señaló el primero de todos, no me lo podía creer... ¡Teníamos que viajar en otro avión de Spanair!
Nuestro nuevo avión ya se disponía a iniciar el vuelo, y nosotros a embarcar y a entrar en él. No volví a ver más a esa gente derrumbada esperando noticias.

Al entrar en el avión, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. La aeronave estaba despegando y recé tres Ave Marías y cinco Padres Nuestros, no quería que el destino jugara con nosotros e hiciera nuestra muerte solo cuestión de tiempo.

Llegamos Gran Canaria por la mañana, muy temprano, no había nadie en el aeropuerto, pensaba saber por qué, pero le ordené a mi mente que se callara la boca. Volvimos a coger el siguiente avión que nos llevaría hacia Lanzarote, y próximamente, hacia mi casa.

Ese veintiuno de agosto no escuché nada sobre el tema del accidente aéreo de Barajas, excepto al llegar a mi casa y encender la tele. El primer canal que mostraba el televisor era Antena 3 , el telediario, y Susana Griso lo dijo muy claro, anunció que el accidente aéreo se había cobrado 154 víctimas y 18 heridos, dentro de los cuales yo podría haber sido uno de ellos, aunque hubiera preferido ser uno de los heridos junto con mi familia.

Ya es veintitrés de diciembre de 2010, más de dos años después de nuestra posible tragedia, próximo a la cena de Navidad de Nochebuena con mi familia, y todavía pienso que si yo no me hubiera demorado en aquellas tiendas viendo peluches de Bob Esponja y de Pokémon, ahora mismo no estaría celebrando las fiestas en este mundo, en otro creo yo, como dicen.

Todavía al coger un avión para viajar con un objetivo cualquiera, de ver paisajes, por trabajo o lo que sea, se me estremece el cuerpo y el alma, pensando que sentado en cualquier sillón del avión está el destino y la suerte riéndose de mi y de mi familia en los sillones traseros, esperando a que mire hacia atrás para averiguar la faz de aquellas carcajadas, y no vuelva a mirar nunca jamás.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

El viaje que cambió mi vida

Juan Ignacio Perdomo Hermida


Era verano, yo, sentado en el porche de mi gran casa, observaba como los pajarillos volaban alrededor de ella. 

Esperaba a que Felisa, la sirvienta de la casa, preparara el desayuno, huevos revueltos con algas, su especialidad. 

Mientras, yo me distraía leyendo un libro que me había aconsejado mi gran amigo Raúl. Éramos amigos desde muy pequeños, desde que nacimos, como decíamos nosotros, Raúl era el típico amigo al que le contaba todo, el que lo sabe todo de ti y tú todo de él. El era alto; Delgado; Musculoso; le decían que tenia piernas de futbolista y espalda de gimnasio, su pelo era marrón claro, sus ojos marrón miel, su nariz era pequeña, su boca ni grande ni pequeña, tenía unos dientes perfectos, ya que años atrás había usado unos brackets. 

Mi vida no varió mucho durante el verano, todo cambió al llegar el invierno. 

Tuve que viajar a Francia, era un viaje de negocios, tenía que asistir a varias conferencias durante una semana. Yo era médico, aunque de pequeño quería ser profesor, cambié de idea al pararme a mirar a aquellos profesores que me habían dado clase durante mis años de estudiante, no era difícil para mí sacarme la carrera pero sabía que no iba a tener la paciencia que tenían los profesores de aquellos años.

Era invierno y  había nevado bastante, no era la primera vez que veía la nieve, tuve ocasión de verla varias veces más durante otros viajes que había hecho. 

Pasé cinco días de conferencia en conferencia, pero fue al llegar a Paris donde cambio mi vida por completo. Conocí a una joven llamada Coraline. Era una joven guapa, un poco más baja que yo, tenía unas piernas perfectas, Su pelo era rubio y largo, tan largo que le llegaba al final de la espalda, sus ojos eran grandes y verdes, su nariz era pequeña y sus labios finos.

Nos conocimos en un famoso restaurante de la capital, yo estaba cenando con unos compañeros que también habían asistido a las conferencias y ella estaba cenando con unas amigas.

Estuvimos cruzando miradas gran parte de la noche.

Salí a tomar un poco de aire a la puerta del famoso restaurante, estaba apoyado en una farola observando la Torre Eiffel, cuando de repente vi a aquella preciosa joven acercarse lenta y tímidamente hacia mí.
-Hola. Dijo la joven.
-Hola. Contesté con una gran sonrisa dibujada en mi cara.
-Qué buena noche hace hoy ¿verdad? Preguntó.
-Sí, es perfecta. Respondí yo.

Poco a poco me vi sumergido en una larga y preciosa conversación. Estuvimos hablando durante horas, quedamos para vernos antes de que volviese a España.

En esas “Citas” nos intercambiamos los números de teléfono, y quedamos en llamarnos a menudo.

Parecía que habíamos congeniado bien. 

El domingo volví a España, pero el sábado por la noche volvimos a quedar por última vez en París. En esa cita volvimos al mismo sitio donde nos conocimos, yo apoyado por segunda vez en aquella farola, y ella enfrente de mí, volviendo a intercambiar palabras hora tras hora, llegó el momento de despedirnos. Ella con cara de tristeza me miró y dijo: -Te voy a decir un secreto; yo, mirándola fijamente a los ojos, asentí con la cabeza, dándole a entender que se lo dijera sin miedo. Ella con los coloretes enrojecidos dijo: Te quiero. Yo, Atónito, aunque no por mucho tiempo respondí: yo también te quiero. Y sin más pausas nos sumergimos en un apasionado beso.

Prometimos llamarnos todos los días, y le ofrecí que se fuera a España que yo vivía solo en mi gran casa y había espacio para los dos. Ella dijo que se lo pensaría pero que seguro que iría a España de vacaciones y si le gustaba se quedaría ya que ella también estaba sola en Francia.

Ya en España, Hablé meses y meses con ella hasta llegar el verano que le invité a pasar sus vacaciones conmigo en mi casa, ella no se lo pensó dos veces y dijo que sí.

Pasó todo el verano en España, hasta que llego el día de su vuelta a Francia, yo le volví a ofrecer que se quedara en mi casa. Ella no sabía qué hacer me dijo que se lo había pasado muy bien durante el verano, estuvo unos minutos pensando y al final dijo, vale, me quedo.

Y hasta hoy después de casarnos dos años después de aquel momento y de tener tres hijos conmigo, solo ha vuelto a Francia de vacaciones.

Un secreto y una promesa

Milagrosa Malapit
Un día me desperté con la luz del sol brillando en mi ventana, bajé las escaleras rápido, vi a mi familia viendo la televisión y en especial a mi madre, una madre soltera que nos supo sacar adelante, valiente, luchadora, con una sonrisa siempre, de ojos azules como los míos y rubia. La abrasé fuerte y me dio un beso en la frente y a los 5 segundos mis hermanos mayores nos aplastaron, a mí y a mi madre, con un fuerte abrazo de oso. Por la tarde mi madre nos llevo a un centro comercial para pasar el día juntos, en donde nos sacamos fotos, jugamos, comimos, reímos... Como una familia feliz, y al caer la noche comimos palomitas viendo una película de acción que no me gustó mucho, por eso me quedé dormida en el sofá. Al día siguiente me desperté en mi cama pero no había sol, estaba lloviendo, fui al baño, me lave la cara y bajé corriendo las escaleras para abrazar a mi madre como siempre pero había un problema no estaba, sólo estaba mi hermana mayor, Alicia, una chica cerrada, graciosa, simpática y siempre sonriendo, como mi madre, mamá no está en casa está con Rubén en el hospital, me dijo con voz apagada, Rubén era el único chico de la casa y el más mayor, él era quien se encargaba de todo, era simpático, amigable y aunque era mi único hermano yo lo quería como si fuera el padre que nunca había llegado a conocer, ¿Y por qué mamá está en el hospital? ¿Qué hace allí? ¿Le pasó algo?, le pregunté con voz temblorosa y de asustada, mamá no se encuentra bien por eso Rubén la llevó al hospital, pero tranquila que se curará, te lo prometo, me dijo con una sonrisa irónica y a la vez me abrazó, pasamos la tarde esperando a la llamada de Rubén sentadas en el sofá y viendo la televisión estábamos ansiosas y desesperadas hasta que cayo la noche y por fin había llegado  esa llamada de Rubén que tanto esperábamos y nos comunicó que mi madre había fallecido por un tumor al que nosotros no sabíamos nada, mi hermana al enterarse de esa noticia dejó caer el teléfono y se quedó en estado de " shock " y le pregunté que qué pasaba, pero no respondía, cogí el teléfono y  fue mi hermano quien me lo dijo, cuando me enteré me dije a mí misma que las promesas a veces no se cumplen, abrasé a mi hermana con fuerza y las dos comenzamos a llorar.
En el entierro de mi madre, un día lluvioso y negro, era el más emotivo de mi vida y para el de mis hermanos, cada uno leíamos en alto la carta que le habíamos hecho al día siguiente después de que falleciera y cuando habíamos leído nuestras cartas nos abrasamos fuerte en el recuerdo de mi madre que nunca olvidaremos. A partir de ese día tuvimos que vivir y seguir adelante, como hizo mi madre aquél día, en casa de mis abuelos, y cada día que pasaba me acordaba de una frase que nos había dicho a mí y a mis hermanos “valora lo que ahora tienes porque algún día te levantarás y no estará”.

Una experiencia imborrable

Alexander Valdivia Benavides



En el verano del 2001, cuando yo vivía aún en Perú, a la edad de seis años, mi infancia transcurrió normalmente, creo, como la mayoría de los niños de mi misma edad, hasta que irremediablemente aconteció en mi vida un suceso traumático: una enfermedad.

Como todos los días mi abuelo, un hombre de contextura media, tez blanca, de estatura baja y de un carácter apacible y cariñoso nos llevaba al colegio a mi hermano y a mí, aparentemente yo no manifestaba ningún síntoma y signo de la enfermedad, pues me desenvolvía como cualquier niño que jugaba, estudiaba, reía con normalidad.

Un día por la noche antes de acostarme fui al baño a orinar y me di cuenta que el color de mi orina era totalmente rojo oscuro. Yo no era aún consciente de lo que me estaba sucediendo, así que llamé a mi madre para contarle lo sucedido, ella vino al baño y al ver la orina con sangre se quedó sorprendida y asustada de lo que me estaba pasando, pues no sabía cuál era el motivo de esa hemorragia, parecía como si me estuviera desangrando, pero no me sentía mal, no tenía ningún dolor, así que mis padres me llevaron de urgencia al hospital. Allí el doctor de turno, un hombre alto, de contextura delgada, de ojos rasgados, cejas delgadas y nariz mediana que aparentaba ser alegre y amable, me atendió, aparentemente todos mis signos vitales estaban bien y dijo que podía tratarse de piedras en el riñón, pero que tenía que hacerme una serie de pruebas para darme un diagnóstico y así que me derivó a mi médico de cabecera.

Al día siguiente fui al hospital del "Niño" que era el centro hospitalario donde yo me atendía regularmente, y mi médico de cabecera me atendió, ella como siempre muy cariñosa y servicial me auscultó y no veía nada anormal en mí, así que me dijo que tenía que hacerme una analítica de sangre y orina, y que posteriormente me tenía que derivarme a los especialistas, como era el servicio de urología, cistografía, nefrología, luego tuve que hacerme una ecografía renal y si no teníamos hasta ahí un diagnóstico, recurriríamos a una biopsia.

Mis padres se encontraban muy preocupados por mí, ya que me había tocado vivir desde tan niño una experiencia como ésta, para distraerme un poco de todo esto, decidieron llevarnos a mi hermano y a mí a un zoológico.

A los pocos días empezó mi revisión con cada uno de los especialistas, primero con el urólogo, luego con el nefrólogo, me llamó mucho la atención cuando estuve en la sala para realizar las cistografía, era un lugar frío, inhóspito, había una camilla, lámparas y aparatos médicos, yo estaba un poco asustado, pero mi madre estaba presente y me dijo que nada malo me iba a suceder. El doctor me dio unas indicaciones, que me recostara en la camilla y que luego me iba a poner anestesia, que esté tranquilo y luego a través de un cistoscopio se podía ver el estado de la vejiga, en ella se podía apreciar unas manchas blancas entre cortantes, el doctor dijo a mi madre que el exceso de calcio tendía a formar cristales en la vejiga y que podía ser esa la causa del sangrado en la orina, pero que el informe final lo iba a dar mi médico de cabecera; así fue, luego me hicieron la ecografía renal y otra analítica.

Después de todos estos exámenes, acudimos a consulta y en ella mi médico de cabecera nos dio el diagnóstico final, la doctora explicó a mi madre el motivo de la hematuria, se trataba de una hipercalciuria, esto quería decir exceso de calcio en la orina, estos cristales al pasar por los uréteres rompían vasos sanguíneos y se producían el sangrado, se descartó las piedras en el riñón y no fue necesario recurrir a una biopsia.

La doctora indicó el tratamiento a mi madre que era tomar bastante líquido, una alimentación balanceada y reducir el calcio en la alimentación.

Mi vida al día de hoy transcurre normalmente, no he vuelto a tener esta experiencia.

martes, 21 de diciembre de 2010

EL ASESINATO

Haridian Machín Álvarez

Era un sábado como otro cualquiera, yo estaba sola en mi casa ya que mis padres habían ido a recoger a mis hermanos de sus respectivas actividades extraescolares. Como siempre, yo estaba sumida en la música que creaban mis dedos al tocar las teclas de mi querido piano.

Ya era de noche, me resultaba extraño que aún no hubiesen llegado, miré la hora de mi reloj de pulsera. Las agujas marcaban las 9 y media. Miré la calle a través de la ventana que había en la pared a mi izquierda, no se veía ningún Mercedes-Benz azul oscuro aparcando. Aquello era muy extraño, no podían tardar más de una hora. Los sitios no estaban tan lejos.

Fui a la cocina y comencé a prepararme la cena. Cuando ya tenía mi taza con leche y Nesquik y mi sándwich con mantequilla y mermelada me senté en la pequeña y redonda mesa de la cocina.

Las 10 menos cuarto. Ya había cenado, recogido la cocina, guardado las partituras del piano y me encontraba en mi habitación. Había hecho varias llamadas a sus móviles, pero la chica que siempre se escuchaba en el móvil me decía que la conexión era imposible. Estaba bastante preocupada. De pronto tocaron la puerta y yo me alivié. Bajé las escaleras y abrí la puerta con la intención de regañarles a todos por hacerme coger tantos nervios, pero tras la puerta no estaba mi familia, sino dos agentes de policía.

-Buenas tardes, ¿es esta la casa de los Brooks?-me dijo el agente de la derecha. Era un hombre calvo con cejas canosas, bastante bajito y rechoncho.

-Sí agente-los miré preocupada-¿Qué ha pasado?-un mal presentimiento recorrió mi cuerpo, me estaba asustando, y mucho.

-Bueno, traemos malas noticias. Su familia al completo ha fallecido en un accidente de tráfico. ¿Le importaría acompañarnos a comisaría?-dijo el hombre de la izquierda. Éste era alto, rubio, con ojos azules y tenía buena forma física, pero sus rasgos le estropeaban la cara, dejándolo feo. Reí, o más bien solté una risa nerviosa. Tenía que ser una broma.

-El día de los inocentes es dentro de un mes. Hagan el favor de no molestar a la gente con este tipo de bromas pesadas, ¿sí?-dije en tono enfadado. Una parte de mí sabía que decían la verdad y que me había quedado sola, pero otra parte, más grande, no quería aceptarlo de ninguna forma.

-Señorita, esto no es ninguna broma. ¿Nos haría el favor de subir al coche y acompañarnos a comisaría? Tenemos que hacerle unas preguntas. El accidente fue provocado.

Me quedé tan estupefacta al oír aquellas últimas palabras, que cuando me quise dar cuenta, estaba sentada en una incómoda silla frente a una gran mesa de madera. Delante de mí, estaba el agente rubio que había ido a mi casa.

Una hora de interrogatorio después, me llevaron a casa de mi abuela ya que era menor y no podía quedarme sola. En cuanto la puerta se cerró tras de mí, comencé a llorar de forma desconsolada y corrí a la habitación de invitados donde dormiría esa noche.

Desde entonces, sigo llorando, odio los coches y las bombas que los hacen explotar. Además de los sábados.

Un verano diferente

Cristina Tavio.






Todos los veranos mi familia y yo nos íbamos de viaje al extranjero, nos quedábamos en un hotel e íbamos a conocer el país. Pero ese año sería diferente, ese año mi madre decidió que en verano nos fuésemos a Lanjarón, un pequeño pueblo de Granada, donde vivía toda su familia.

En el avión mi hermano Daniel y yo conocimos a Sara, una chica de 15 años, alta, morena, de ojos verdes y pelo rizado. Ella vivía en el mismo pueblo al que nosotros nos dirigíamos y nos contó muchas historias sobre ese pueblo.

Al llegar al pueblo mi tío Nicasio, un hombre robusto, moreno y calvo, nos llevo a la casa en la que nos alojaríamos ese verano. Esa casa pertenecía a Carmen, la abuela de mi madre, pero cuando ella falleció, hace 2 años, la casa se quedo deshabitada y el tío Nicasio nos la presto. Era una casa grande, de 2 plantas y con un inmenso jardín.
Cuando ya nos habíamos alojado, mi padre nos llevo a dar una vuelta por el pueblo. Más tarde fuimos a cenar a una pizzería. Allí nos encontramos a Sara, que nos explico donde vivía para que fuésemos a visitarla. Estuvimos hablando durante toda la cena y ella nos prometió que nos enseñaría cada rincón del pueblo.

Al llegar a la casa todos nos fuimos acostar. A medianoche yo me levante para ir al baño, cuando de repente escuche la voz de una persona mayor, yo me quede muy extrañado, pero como estaba un poco dormida no le di importancia.
A la semana siguiente, cuando todos estábamos comiendo, escuchamos pasos y voces en la parte de arriba. Era la misma voz que yo había escuchado la otra noche, asique se lo dije a mis padres. Ellos muy asustados pensando que sería alguna persona fueron a ver quien se encontraba allí, pero en la parte de arriba no había nadie. Mis padres muy extrañados por el suceso llamaron al tío Nicasio, él les dijo que desde hace unos meses había notado varios sucesos inexplicables: el jardín se cortaba solo, los platos se fregaban solos, la bañera se llenaba sola, etc.

El domingo Sara me fue a buscar para enseñarme todo el pueblo, tal y como había prometido.
Me llevo a la plaza del pueblo donde se encontraban todos sus amigos y me los presento. Después de estar toda la mañana con ellos fuimos a comer al Burger King, ella me dijo que me había me cojido mucho cariño en estas semana y yo le dije que ella se había convertido en mi mejor amiga y ella me dijo que yo también. Más tarde fuimos al cine a ver una película. A las 9 de la noche llegue a mi casa y me fui a duchar. En la ducha escuché como una voz me decía:
-Esto es mío, ¿qué hacen aquí? ¿Quiénes son?.
Yo fui corriendo a decírselo a mi madre y ella decidió que seria mejor irse de esa a casa y volver a Lanzarote para no meternos en problemas. Al día siguiente, me despedí muy triste de Sara pero le prometí que volvería a verla.

Ese verano había sido un buen verano, había conocido a unas de mis mejores amigas, conocí un pueblo nuevo y me lo pase muy bien. Aquel verano había sido un verano diferente.

El mejor viaje de mi vida


Emilio Hernández Aparicio



En el invierno de 2008, mi hermana Carla y yo fuimos de viaje a Madrid(España) para visitar a nuestros primos. El vuelo JSK-1920 con destino a Madrid, salía el día dieciocho de Diciembre a las seis de la tarde. Cuando ese día llegó, yo estaba muy ilusionado. Teníamos todo preparado, las maletas estaban listas y mis padres habían llamado a nuestros primos para avisar de que llegábamos hoy.
A las seis de esa tarde estábamos en el avión con destino a Madrid. Llegamos a las diez y media de la noche porque el vuelo se había retrasado muchísimo y hubieron turbulencias. Recogimos las maletas y tomamos el primer taxi que vimos. Le dijimos que nos llevara a la Calle La fortuna y así fue.
Nos bajamos del taxi y miramos el edificio, que tenía un aspecto de ser viejo. tocamos en la puerta. Abrió un señor con tes oscura y pelo rubio. Gritó por toda la casa que ya habíamos llegado, y de repente empezaron a bajar todos nuestros primos. Mi impresión al verlos fue de alegría. Carlos, el mayor de todos nuestros primos, tenía veinte años. Él era delgado y de piel blanca, con unos ojos marrones y muy grandes. Su boca era pequeña y la nariz larga, pero lo que más me impresiono fue su melena larga y rubia. Silvia, tenía la misma edad que yo. Era alta y delgada, de tes blanca y con una melena larga, lisa y dorada como el sol. Sus ojos azules y su boca grande la hacían toda una belleza. Y por último, Javier de diez años. Era bajo, muy moreno y de pelo oscuro. Sus ojos eran negros y sus labios de color rojizo.Nos presentaron a su mayordomo, el Sr. Smith, un hombre de cuarenta años
Silvia me contó que sus padres estaban en Holanda, por temas de trabajo y no nos iban a poder ver. Nos ensañaron nuestras respectivas habitaciones y nos encerramos como si de allí no fuésemos a salir jamás.

Me tumbé en la cama y me quede dormido. Me desperté por la mañana, con el sonido del despertador. Miré el reloj. Eran nada más y nada menos que las ocho de la mañana. Desayuné, me duché y me vestí. Fui a la habitación de mi hermana y mientras ella hablaba por teléfono, yo inspeccionaba su habitación. Se escuchaba un suave cantar de pájaros. Cuando terminó de hablar, me preguntó:

- ¿Te apetece ir a dar un paseo por las calles de Madrid?

Yo le conteste que sí, pero antes sería mejor decírselo a nuestros primos. Corrí hacia el cuarto de Carlos y le dije que íbamos a ir a dar un paseo por Madrid, y que comíamos fuera.

A las ocho y media, fuimos a un centro comercial de la Calle Fuencarral, a comprar un regalo para nuestros padres. Estuvimos allí hasta la hora de comer y decidimos ir a comer al restaurante chino que había al lado. Sin darnos cuenta, Habíamos pasado toda la mañana en el centro comercial y decidimos ir a dar un paseo por la plaza. Nos sentamos en un banco, y contemplamos el ambiente.
Se me pasaron los días rapidísimos, ya que me encantaba estar en Madrid, y estar con mis primos. El día que ya volvíamos a casa, miré en la agenda la hora a la que salía el avión y empecé a preparar la maleta. El avión sale a las dos Lucía, prepara las maletas. Cuando terminé de preparar las maletas, Lucía ya estaba esperándome en la puerta. Me despedí de Javier y de Carlos. Silvia me dijo que en verano iría a Tenerife a visitarme, me dio su número de teléfono y me besó en la mejilla. Me quedé sorprendido unos minutos y de repente se escuchó el grito de Lucía. Bajé corriendo, nos montamos en el taxi y fuimos rumbo al aeropuerto. Sin duda, ese había sido el mejor invierno de toda mi vida, y el próximo año, volvería a ir.