jueves, 23 de diciembre de 2010

MI VUELTA A LA VIDA

José Tomás Guadalupe Perdomo





Nunca llegué a pensar que la muerte estuviera tan cerca, en cada rincón, en cada esquina que cruzas, haciendo la vida tan efímera.

Yo estaba un poco decaído aquel sábado veinte de agosto de 2008, sabiendo que ya se nos habían acabado nuestras vacaciones en Madrid, a mi y a mi familia. Ya nos disponíamos a coger un taxi para que nos apresurara hasta la puerta del aeropuerto de Barajas, ya que teníamos bastante prisa, el avión tenía previsto su despegue a las 13:00 hora local y no nos había dado tiempo ni de comer un bocadillo.
Solo faltaban cinco minutos para facturar nuestras maletas, pero llegamos justo a tiempo y pasamos raudos por el pasillo, como cualquier leopardo en la sabana en busca de su presa.

Como no habíamos comido, mis hermanos y yo nos tuvimos que gastar cuatro euros cada uno en un bocadillo de tortilla, ya que este bocadillo era el que estaba más acorde con su precio. Era ya la una en punto, y justo ya esperando en la puerta de embarque para ir camino hacia el avión, una voz agripada avisó a los pasajeros de que el vuelo JK 5022 de Spanair con destino a Gran Canaria se había retrasado.

Mis hermanas se rieron para no enfadarse o para no llorar, no sé, pero mis padres si mostraron su sensación de impotencia, ya que nos habíamos apresurado mucho desde el hotel donde nos hospedábamos hasta el aeropuerto para que en ese momento nos hicieran perder más el tiempo. Mi padre montó en cólera, estaba rojo como un tomate, sudando, y la vena que se le asomaba por el cuello parecía un calabacín entero recién comido. Mi madre no estaba enfadada... ¡estaba furiosa! Mi madre tiene mucho carácter, tanto que podría hacer retroceder al mismísimo Rey León, pero se contuvo.

-Mamá, me voy a dar una vuelta por las tiendas, yo vengo cuando sea la hora de embarcar- le dije a mi madre aburrido como una ostra.

-Vale, pero no tardes, que el retraso es solo de media hora- esgrimió.

-Vale- respondí yo con brevedad.

Me paseé por ocho tiendas observando peluches de Bob Esponja, de Hello Kitty, de Pokémon, y pasaron los minutos...

-¡¡Mierda, que ya son las dos!! - grité tan estresado como nunca. ¡Que vamos a perder el avión por mi culpa!.

No recuerdo ningún momento en el que había corrido tanto, ni cuando gané aquel triatlón en Yaiza. Había llegado empapado en sudor, habría bajado tres kilos mas o menos, y allí me esperaba mi madre...

- ¡¡¡Te dije que te dieras prisa, ya se ha cerrado la puerta de embarque y ya no nos dejan pasar!!!- dijo mi madre tan enfadada como lo estaba mi padre.

Me sentía muy culpable, habíamos perdido el vuelo por mi ignorancia y mi pasotismo, y además, el horno no había estado para bollos. De repente, mientras creía escuchar nuestro avión despegar, se había escuchado un estruendo en todas las terminales que formaban el aeropuerto, como si hubiera estallado un volcán, el Teide, por poner un ejemplo.

La frase que más desprendía la gente desde su boca, o incluso la única, era ``¿qué ha pasado?´´, incluso mi familia, pero era curioso, mi hermana Marta no estaba. Todas las personas que estaban en el aeropuerto daban sensación de angustia e incertidumbre, de creer saber lo que había pasado, pero en realidad, de no saber exactamente nada. Todos se acercaban y escudriñaban en la ventana más próxima que tenían hacia la pistas en donde estaban los aviones, yo el primero. En un instante me percaté del hedor a gasolina y a neumáticos quemados, un olor a putrefacción. En pocos segundos después, toda la gente lo empezó a notar.

A lo lejos me pareció ver una inmensa columna de humo, de un kilómetro, así a ojo. El estruendo había seguido al despegue de mi avión, y eso me hacía pensar que había sufrido un accidente aéreo. El vuelo JK 5022 de Spanair ya no salía en aquellas pantallitas en las que se puede consultar la puerta de embarque y la hora de salida del vuelo, lo que me hacía pensar aún mucho más que el avión se había estrellado.

Al cabo de unos minutos, divisé a mi hermana Marta corriendo desde la ventana que estaba al lado de la puerta de embarque, se abalanzó sobre mí y mi otra hermana, Anabel, y nos dijo que nuestro avión había tenido un accidente y que lo había grabado con el teléfono móvil. Sentí como si mi cuerpo se resecara por dentro y no dejara de funcionar, como si estuviera en estado de shock. Aquel vídeo era escalofriante, se podía ver como el artefacto se elevaba a unos 50 pies del suelo y en poco segundos se precipitaba hacia el asfalto, arrasando la vegetación por la que pasaba y acabando en un arroyo, como una ballena varada en una playa.

-¡Marta, ese avión era en el que teníamos que viajar!-dije todavía en estado de shock.

Mi hermana no se movía, estaba con la boca abierta y dejó caer el móvil. Yo me asusté, pero luego pensé que era normal, habíamos estado a puntar de morir.

Finalmente la noticia fue comunica en todo el aeropuerto a través de aquella voz agripada.La gente no daba crédito a lo que había sucedido.

Mi familia y yo habíamos vuelto a nacer, si yo no me hubiera demorado en aquellas tiendas, en mirar aquellos peluches, mi familia y yo habríamos muerto, no creo que el destino y la suerte nos elegiría para no vivir ese final. Nunca creí que un descuido por mi parte pudiera hacer tan feliz a mi familia, por un momento pensé que me iban a dar las gracias por entretenerme viendo peluches. Sin embargo, tendríamos que dormir en el aeropuerto y gastarnos mucho más dinero para coger otro avión y llegar a nuestra casa sanos y salvos, pero sinceramente, después de lo ocurrido, preferí quedarme a vivir en Madrid y no coger un avión más en mi vida. No caería esa breva.

Había pasado ya bastantes horas del accidente y el aeropuerto se llenaba de gente sin maletas en la puerta de embarque, efectivamente, eran los familiares de los posibles muertos.Habían personas de tez muy teñida,¡canarios seguro!, pensé, ya que el avión tenía como destino Gran Canaria, seguramente con gente nativa de allí.

Ya era por la noche, el cansancio nos envolvía, no podíamos con nuestras almas, nos dignamos a dormir,el día siguiente sería otro día. Lógico.

Al despertarme, observé una claridad de un amanecer, como si hubiera salido a la luz el veintiuno de agosto, y al mirar hacia los demás sillones, me percaté de que los familiares de los pasajeros habían dormido con nosotros. Me levanté a mirar la hora de salida de nuestro vuelo con mi madre, y señaló el primero de todos, no me lo podía creer... ¡Teníamos que viajar en otro avión de Spanair!
Nuestro nuevo avión ya se disponía a iniciar el vuelo, y nosotros a embarcar y a entrar en él. No volví a ver más a esa gente derrumbada esperando noticias.

Al entrar en el avión, un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, desde la cabeza hasta los dedos de los pies. La aeronave estaba despegando y recé tres Ave Marías y cinco Padres Nuestros, no quería que el destino jugara con nosotros e hiciera nuestra muerte solo cuestión de tiempo.

Llegamos Gran Canaria por la mañana, muy temprano, no había nadie en el aeropuerto, pensaba saber por qué, pero le ordené a mi mente que se callara la boca. Volvimos a coger el siguiente avión que nos llevaría hacia Lanzarote, y próximamente, hacia mi casa.

Ese veintiuno de agosto no escuché nada sobre el tema del accidente aéreo de Barajas, excepto al llegar a mi casa y encender la tele. El primer canal que mostraba el televisor era Antena 3 , el telediario, y Susana Griso lo dijo muy claro, anunció que el accidente aéreo se había cobrado 154 víctimas y 18 heridos, dentro de los cuales yo podría haber sido uno de ellos, aunque hubiera preferido ser uno de los heridos junto con mi familia.

Ya es veintitrés de diciembre de 2010, más de dos años después de nuestra posible tragedia, próximo a la cena de Navidad de Nochebuena con mi familia, y todavía pienso que si yo no me hubiera demorado en aquellas tiendas viendo peluches de Bob Esponja y de Pokémon, ahora mismo no estaría celebrando las fiestas en este mundo, en otro creo yo, como dicen.

Todavía al coger un avión para viajar con un objetivo cualquiera, de ver paisajes, por trabajo o lo que sea, se me estremece el cuerpo y el alma, pensando que sentado en cualquier sillón del avión está el destino y la suerte riéndose de mi y de mi familia en los sillones traseros, esperando a que mire hacia atrás para averiguar la faz de aquellas carcajadas, y no vuelva a mirar nunca jamás.

1 comentario:

Departamento de Lengua dijo...

Bien. Resulta raro lo del taxi apresurándote a la puerta del aeropuerto,no? ¿Recuerdas lo que dijimos en clase sobre el uso de el verbo haber? Pones "Habían personas"